La primera vez que vi la escultura María Magdalena penitente supe que no se parecía a ninguna otra obra de arte del Renacimiento que conocía. Su creador, Donatello (1386-1466), alcanzó maestría en materiales tan diversos como mármol, terracota, bronce y madera. Su versatilidad era poco común en una época en que lo usual era especializarse en un solo material, pues cada uno exigía procedimientos y habilidades diferentes. La piedra, por ejemplo, requería precisión en el tallado, mientras que los metales demandaban comprensión profunda de la fundición.
Donatello también inventó un género escultórico: el relieve stiacciato, además de ser uno de los primeros en aplicar las leyes de la perspectiva a la escultura y manipular la anatomía para que, dependiendo del ángulo de visión donde se situara el espectador, le produjera determinados efectos emocionales. Infatigable e inconformista, experimentaba constantemente con la técnica, a la vez que renovaba los tradicionales temas religiosos y mitológicos con composiciones rupturistas. Odiaba repetirse y se aburría de hacer siempre las cosas de la misma manera, por lo que buscaba nuevos retos.



Hay artistas a los que les toma toda la vida encontrar un estilo personal, una voz propia inconfundible para la posteridad. No era el caso de Donatello. Podemos poner tres de sus obras maestras una junto a la otra: Il Zuccone, la Madonna Pazzi y el David y para un espectador que no conozca su creatividad polifacética le será imposible detectar que el creador es la misma persona. ¿Cómo encontrar patrones de una obra a otra? ¿Cuál hizo antes y cuál después? En la literatura no conozco ningún caso parecido y en pintura solo se le aproxima Picasso, pero el arte del español tiene una dirección, y está dividido por periodos que desembocan en un cubismo que ya no abandona.
Giorgio Vasari, el gran historiador del Renacimiento, cuenta en Las vidas una anécdota: Donatello había concluido un crucifijo de madera para la capilla de la iglesia de Santa Croce y al mostrárselo a su amigo Brunelleschi, este criticó la figura diciendo que se parecía más a un campesino que a un Cristo. Donatello entonces retó a Brunelleschi a hacer uno mejor. Una vez concluido el nuevo crucifijo, Brunelleschi planificó sorprender a su amigo y un día al regresar de comprar alimentos en el mercado, Donatello entró en casa de Brunelleschi y se se encontró frente al crucifijo, dejando caer de la impresión los huevos que llevaba. La historia termina con Donatello declarando a Brunelleschi: «Para ti está concedido hacer Cristos y para mí hacer campesinos».

Izquierda: Crucifijo de Donatello. Derecha: Crucifijo de Brunelleschi.
La anécdota explica una tensión presente en el arte renacentista y que nace con la generación de Donatello, Brunelleschi, Ghiberti, Michelozzo y Masaccio. Todos ellos consolidaron como método el estudio minucioso de la anatomía humana y la perspectiva: perseguían ser lo más fieles posible a la realidad física del ser humano. Algo que el gótico internacional, el movimiento artístico prevaleciente hasta ese momento, con su excesivo decorativismo y achatamiento de las formas, había desechado. Pero, al mismo tiempo, esta rigurosidad se combinaba con una tendencia a idealizar a los personajes de sus obras, como habían aprendido de los antiguos. Una idealización muy adecuada para las representaciones cristianas altamente demandadas por la iglesia y la aristocracia.
Como explica el historiador Victor Coonin en su estudio sobre la obra del escultor, Donatello and the Dawn of Renaissance Art (2019), al realizar su crucifijo, el florentino opta por una estética anticlásica desprovista de idealismo heroico y utiliza unas proporciones de influencia medieval: las piernas demasiado cortas y la cabeza grande. Elige, por lo tanto, una figura más cruda y emotiva en su sufrimiento. En contraste, el crucifijo de Brunelleschi muestra un cuerpo elegante, idealizado y clásico en sus proporciones, y que expresa una calma estoica. Ambos crucifijos son revolucionarios a su manera: el primero rompe con los cánones de la antigüedad que el Renacimiento empezaba a reformular; el segundo retoma esos cánones y los actualiza.
En esta efervescencia de influencias y nuevos procedimientos de observación, Donatello decide explorar hasta el límite la figura y la psicología humana. En el fondo buscaba algo tan básico como profundo: emocionar al espectador. Y para lograrlo dotaba a sus esculturas de una personalidad única. Cuenta la leyenda que mientras trabajaba una vez lo vieron susurrarle al oído a una de sus figuras: «Respira, respira». Su María Magdalena penitente es la más explícita demostración de esta obsesión.
La Biblia menciona solo cuatro veces a María Magdalena y nunca dice cuáles son sus pecados. Lo que sí nos cuenta es que estuvo presente en la vida de Jesús en dos momentos cruciales: su muerte y su resurrección. Ella es la primera en ver a Cristo resucitado. Por consiguiente, la imagen que trascendió de María Magdalena hasta nuestros días es una construcción popular formada con el pasar de los siglos.
La que esculpe Donatello está inspirada en la historia de María de Egipto, una prostituta arrepentida que tras convertirse al cristianismo pasó décadas en penitencia en el desierto. De ahí el cabello largo que cubre su cuerpo desnudo y sus rasgos curtidos por la inclemencia de la intemperie y la expiación.
Antes de Donatello, María Magdalena era representada como una mujer joven y bella, a menudo llorando a los pies de Cristo. El escultor la aísla y la priva de juventud y belleza. Lo que pone ante nosotros es dramático: una mujer madura de rostro cadavérico, cuyos labios delgados delinean una boca semiabierta en la que faltan dientes. Sus cuencas están muy hundidas, por lo que sus ojos capturan de inmediato nuestra atención. Parece observar en estado místico algo a lo que solo ella tiene acceso. Sus manos en posición de oración no se tocan, acrecentando el efecto de que estamos ante un instante de éxtasis religioso.


Es una mujer demacrada por un enorme sufrimiento y por el desgaste de su arrobamiento espiritual. No obstante, es una mujer fuerte: su cuerpo es delgado, pero fibroso. Podemos apreciarlo en las pantorrillas y la segura estabilidad con que se yerguen. Es más evidente todavía en la fortaleza de sus antebrazos y la musculatura de sus bíceps, así como los sobresalientes músculos del cuello. La singular fortaleza física se traslada a rasgos psicológicos: es una mujer decidida y convencida de la mortificación que se inflige. Toda ella es un espectáculo corporal de dolor que contrasta con la liberación interna que vislumbra.
En cuanto a su lugar en la historia del arte, la María Magdalena penitente no parece encajar con su tiempo, sino con épocas posteriores como el manierismo y, sobre todo, el barroco. Es manierista su cuerpo alargado y barroco el dramatismo espiritual que expresa, barroco es también el pelo enrevesado que la cubre. Y, más todavía, toda ella es realista con la carga psíquica de los personajes de Dostoievski y naturalista con los vicios de los personajes de Zola. Para decirlo más simple: cuando la contemplamos, percibimos su absoluta modernidad.
Pero todas estas interpretaciones son posteriores, porque primero está el hecho de que Donatello no la santifica hasta distanciarla del espectador. Todo lo opuesto: ella es una de nosotros. No en el sentido de que todos seamos pecadores, olvidemos por un momento la religión. Hay algo profundamente humano en ella, como si reconociéramos haberla visto en alguna calle de nuestras ciudades, o su mirada en la mirada de algún familiar, y su dolor y soledad en los dolores y soledades que hemos vivido y en los que intuimos que nos aguardan. Lo logró, maestro: ella respira.
