La culpa no es del mar: Réquiem por Alan Kurdi

Se llamaba Alan Kurdi y tenía tres años. Escapaba junto con su familia de la guerra de Siria. La embarcación en la que iba rumbo a Grecia naufragó en las costas de Turquía. El mar Egeo llevó su cuerpo a la orilla. El cadáver yacía boca abajo, vestido con una remera roja, pantaloncillos azules y zapatillas. La fotógrafa Nilufer Demir, que cubría la crisis humanitaria provocada por la guerra, capturó la imagen: «Lo único que podía hacer era que el mundo escuchara su grito», declaró.

Alan, tu grito ya no se escucha. Hoy el mundo estrena otra guerra y nuevas olas de atrocidades borran las huellas de las pasadas, llevándose tu pequeño cuerpo al fondo del mar. Solo tu padre te lleva en su memoria.

Enseñan que en las aguas del mar en el que moriste los dioses griegos se disputaban el destino del universo. La cultura es a menudo tan hueca. Tu cadáver nos dice más sobre nuestra especie que todas las mitologías y sus interpretaciones rebuscadas.

En otras imágenes aparecen dos miembros de la guardia costera a tu lado. Uno te toma fotos y el otro apunta en una libreta. Parecen dos gigantes junto a ti. El mar inmenso que te rodea acentúa tu fragilidad. Uno de los policías te levantará. Me pregunto si él aún recuerda tu ligero peso en sus antebrazos. O tu rostro, que ninguna fotografía muestra.

No pienses que me elevo sobre mi prójimo para que creas que soy mejor que ellos porque hoy escribo sobre ti. Apenas he pensado en ti en tres ocasiones. La primera, cuando vi tu foto en el 2015. La segunda, cuando te recordé después y quise escribir algo, pero no lo hice por flojera o porque tenía que ocuparme de asuntos más importantes. La tercera es hoy.

Señor Kurdi, me gustaría decirle que encuentre fuerza y consuelo en la religión. Pero no voy a cometer esa hipocresía, porque yo mismo no los encuentro. Aquel día no hubo ningún Dios con su hijo. No puedo más que enviarle un abrazo y transmitirle que yo tampoco entiendo por qué sucedió esa desgracia. 

La escritora Susan Sontag una vez escribió: «El vasto catálogo fotográfico de la miseria y la injusticia en el mundo entero le ha dado a cada cual determinada familiaridad con lo atroz, volviendo más ordinario lo horrible, haciéndolo familiar, remoto (“es solo una fotografía”), inevitable. […] En estas últimas décadas, la fotografía “comprometida” ha contribuido a adormecer la conciencia tanto como a despertarla».

Procederé ahora a adormecer mi conciencia. Descansa en paz de nuestra especie.

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